El líder de Hezbollah es uno de los enemigos más acerrimos de los israelíes.
En sus tres décadas al frente del grupo chiita libanés Hezbollah, el clérigo Hassan Nasrallah ha sido una espina en el costado de Israel, con quien ya se enfrentó dirigiendo una modesta fuerza en el verano de 2006, una amenaza constante que aún permanece latente, como este viernes se encargó de recordar en un muy esperado discurso.
Desde el pasado 8 de octubre, su formación ha estado enzarzada en intensos ataques cruzados con el Estado judío, operaciones que según diputados del brazo político de Hezbollah han estado comandadas personalmente por Nasrallah, que hasta ahora dejaron ya 50 muertos en las filas de la formación chiita y más de 30.000 desplazados internos solo del lado libanés.
El clérigo, nacido en 1960 en el seno de una familia modesta radicada en los suburbios orientales de Beirut, tomó las riendas del movimiento chiita después de que su predecesor Abbás al Musawi muriese en el bombardeo de un helicóptero israelí contra el sur del Líbano en 1992.
Con apenas 40 años, la tenencia de la secretaría general de Hezbollah ya le sirvió para cosechar gran respeto en el mundo árabe después de que Israel pusiese fin a su larga ocupación del Líbano en 2000, decisión en la que la presión ejercida por el grupo armado jugó un importante papel.
Sin embargo, sus adeptos solo pueden ver el característico rostro enmarcado por una tupida barba gris y un turbante negro a través de las pantallas, pues desde 2006 Nasrallah vive en ubicaciones secretas y solo apareció en público en un puñado de ocasiones, la última esta jornada casi un mes después de la escalada de la violencia en Gaza y el sur de Líbano.
El líder de Hezbollah realizó sus primeros estudios en la escuela Nabaa de Beirut, donde según sus biógrafos oficiales destacó por su ferviente religiosidad.
Deslumbrado por las enseñanzas del imán Musa Sadr, líder de la comunidad chiita libanesa posteriormente desaparecido en extrañas circunstancias, Nasrallah se sumó de adolescente al movimiento político chiita Amal y participó en algunas de sus protestas.
Rondando ya la mayoría de edad, viajó a la ciudad iraquí de Nayaf, cuna del pensamiento teológico chiita, donde fue instruido por algunos de los clérigos que después acompañarían al ayatolá Ruholá Jomeini en la Revolución Islámica iraní.
A su regreso al Líbano, accedió a la escuela de la “Hawza” o Consejo de Sabios para continuar con sus estudios, esta vez bajo la supervisión del que sería más tarde segundo secretario general de Hezbollah y su predecesor, Abbas Musawi.
A la vez que se impregnaba de las enseñanzas religiosas, el clérigo también tuvo tiempo para unirse a un grupo de desafectos que se separaron de Amal para formar Hezbollah, pasando a integrar durante años su órgano directriz conocido como “Consejo de los Siete”.
Al inicio de la década de los 90 del siglo pasado, Nasrallah se destacó como uno de los líderes de la corriente reformista y finalmente fue nombrado secretario general del movimiento apenas unas horas después de que Israel acabara con la vida de su predecesor.
El nuevo líder defendía a ultranza que la cúpula abandonara parcialmente la clandestinidad y se integrara en la vida política libanesa, un deseo que empezó a tomar forma el mismo año en que tomó las riendas de la organización.
En 1992, el grupo se presentó a las elecciones y ganó doce de los 128 escaños del Parlamento, prácticamente la misma cifra que ostenta en la actualidad.
Tras tres décadas bajo la batuta de Nasrallah, Hezbollah también tiene hoy varios ministros en el Gobierno y es un actor clave en el escenario político libanés, donde forma parte de una de las dos grandes coaliciones enfrentadas que lo componen.
Militarmente, el grupo se fortaleció en gran medida desde la última guerra librada con Israel en 2006, cuando un alto el fuego con mediación internacional puso freno a cinco semanas de intensos enfrentamientos y bombardeos israelíes contra todo tipo de infraestructura en el Líbano.
Lo que no cambió es el odio profuso de Israel hacia el clérigo de tupida barba y turbante negro, uno de sus enemigos más acérrimos.
EFE.